martes, 3 de abril de 2012

CON LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN O SIN ELLOS

No es necesaria la suma urgencia para pensar, razonar o meditar. Estamos en nuestro derecho y es necesario que lo ejerzamos. Como sociedad, debemos dejar de pedir permiso o perdón por tratar de cambiar mediante argumentos e ideas lo que no nos parece. El asesinato de Daniel Zamudio no quedará impune, estoy seguro, pero nuestras conciencias tampoco pueden estar tranquilas. Es hora de despertar a los seres humanos que llevamos dentro, no al político, al militante, al estudiante o al activista.

Si bien el asesinato de Daniel Zamudio ha generado enérgicas y transversales condenas sociales, lamentablemente, no ha motivado de parte de las principales editoriales de los medios de comunicación nacional una reflexión más profunda respecto de las causas y motivaciones de la bestial agresión que terminó en muerte.

La cobertura de los hechos se centró en los aspectos policiales, con exhaustivas descripciones, detalles investigativos y de las pesquisas de sus hechores, como corresponde al periodismo informativo. Sin embargo, en una época en que las columnas y la editoriales nos rodean, creando discusión; se echó de menos el periodismo de opinión.

Quizás esta manera de enfocar el tema desde la forma, revele que nuestra sociedad no está disponible para enfrentar el trasfondo de este caso: la discriminación permanente de que son objeto quienes piensan, se visten, hablan o profesan algo distinto del “canon ideal”. ¿Qué es el canon ideal, quién lo determina y quién le dio facultades para ello? ¿Se trata de una condición estática o evolutiva? ¿Existen tantos cánones ideales como personas? ¿Se trata de la idealización de un modelo de vida, sociedad, opción sexual, religión o vestimenta? ¿O en definitiva, se busca imponer al resto las convicciones u opciones propias aún por la fuerza física o la de la marginación, humillación y vejación de discriminar a quien no lo hace?

Nuestro país es una isla continental. Nuestras fronteras naturales: cordillera, desierto, hielo y océanos; nos condicionan el debate y lo circunscriben a nosotros mismos, perdiendo –en oportunidades- la proporción de los hechos y volviéndonos incapaces de comprender a tiempo los fenómenos o procesos globales. Así las cosas, los líderes de opinión y los poderes fácticos intentan dirigir nuestros debates hacia lo banal y lo superfluo, a fin de evitar mayores cuestionamientos hacia sus parámetros ideales. De hecho, aún existe un pequeño grupo de chilenos que se sienten con las atribuciones y el derecho de imponer su visión al resto, y lo peor es que nuestro sistema lo avala y en ciertos casos, lo fortalece.

En esta isla, existe un Consejo de televisión integrado por personas que “representarían” la diversidad y quienes se arrogan la facultad de censurar ex ante los contenidos de la televisión. Lo anterior, revela lo que somos y lo que estamos dispuestos a tolerar. De igual forma, los altísimos quórums requeridos para aprobar reformas importantes del modelo de sociedad en el parlamento, revelan que el “constituyente” era esencialmente discriminador e intolerante con la diversidad de pensamiento al otorgarle un verdadero “poder de veto” a la minoría del país representada en el parlamento y no estaba disponible la opción que una mayoría pudiera mutar el modelo que ellos consideraban “conveniente” para Chile.

Los recientes movimientos sociales y la vehemencia en las formas de manifestación, deben ser interpretados en su sentido amplio y no en la mirada reduccionista de una reivindicación sectorial o local. Quizás estamos en presencia de una generación que no acepta que una minoría fije el modelo y decida lo que es lícito, legítimo y conveniente para el resto. Probablemente, las protestas tienen que ver con una realidad social cansada de la discriminación y que decide revelarse ante un modelo que la consolida en sus diversas formas. Nos hace falta, entonces, reflexionar con mayor profundidad sobre el modelo de sociedad que hemos construido, y la permisividad, tolerancia y hasta fortalecimiento de la discriminación como forma de vida y de relacionarse en sociedad.

La pobreza de la opinión y de la discusión sobre los temas de fondo resulta evidente en nuestro medio. Vemos cómo en oportunidades la política se aboca a las disputas de espacios de poder; los medios de comunicación en general, están preocupados de sus ventas y, la televisión abierta en particular, se desvela consolidando el “reality” como forma de mantener en calma a los que hoy comienzan a cuestionar el modelo y sus consecuencias.

No es necesaria la suma urgencia para pensar, razonar o meditar. Estamos en nuestro derecho y es necesario que lo ejerzamos. Como sociedad, debemos dejar de pedir permiso o perdón por tratar de cambiar mediante argumentos e ideas lo que no nos parece. El asesinato de Daniel Zamudio no quedará impune, estoy seguro, pero nuestras conciencias tampoco pueden estar tranquilas. Es hora de despertar a los seres humanos que llevamos dentro, no al político, al militante, al estudiante o al activista.

Debemos remecer nuestras conciencias como personas. Algo no hemos estado haciendo bien, pero podemos cambiarlo y no podemos permitir que otro niño pierda la vida para volver a remecer nuestras almas. Solos no podemos, pero todos los “solos” de este país a los que no nos gusta lo que estamos viendo, podemos cambiar el presente, con los medios de comunicación o sin ellos. De nosotros depende.