miércoles, 2 de septiembre de 2009

CONVENCIÓN REPUBLICANA

La reciente proclamación ciudadana de Sebastián Piñera en el “show stadium” Arena Movistar nos dejó algunas lecciones necesarias de plasmar a fin de reflexionarlas debidamente.

En primer orden, lejos de poder saber cuánta gente estaba dispuesta a escuchar lo que el candidato pretendía decir, la popularidad de los espectáculos “gancho” atrajo a muchas personas que, sin importar quien hable y lo que diga asistieron a escuchar a “Los Charros de Lumaco” y al ídolo juvenil “Americo”.

Cabe señalar a este respecto y -valga para todos los candidatos- que la ciudadanía ha ido tomando conciencia de la inutilidad de dichas convocatorias. En efecto, cada vez cuesta más convocar a personas a una actividad masiva sin un gancho artístico o un incentivo atractivo o de transporte. Es decir, la ciudadanía no está seducida por la clase política. En efecto, clase política en su conjunto no logra encantar a la gente con propuestas, ideas o sueños de país. Escasea la capacidad de oratoria y, en general los políticos hablan muchas cosas de sentido común y un conjunto de generalidades que les impidan cometer errores o comprometerse a imposibles. Atrás quedaron las grandes convocatorias masivas donde la mística, las ganas, los sueños y las ideas de país primaban por sobre las rencillas y descalificaciones. Donde no se miraba tanto bajo el agua y se levantaba la frente para imaginar el futuro de nuestra nación.

En segundo orden la puesta en escena del acto intentó emular las convenciones de los partidos políticos americanos. Un lugar pequeño y cerrado para aprovechar el “tiro de cámara”; la bandera nacional atrás, el pódium moderno al medio de un escenario circular, la mujer esperándolo para dar un efusivo saludo a su marido-candidato; la caída interminable de globos de colores; discurso encendido, apelaciones a la emoción y corbata roja. Todo ello es copia fiel de los actos políticos norteamericanos. Diferencias… la existencia de acarreo de votantes ya convencidos, ganchos artísticos de atracción, la calidad y calidez del discurso y, la principal divergencia, el candidato mismo, su estampa, su historia y su carisma, su cercanía, sus convicciones y su credibilidad.

No es posible que en un mundo comunicacionalmente mediático e inmediatista, el equipo de imagen del candidato empresario intente emularlo a figuras como Al Gore o el mismísimo Barack Obama, utilizando conceptos como cambio, esperanza y futuro (Change, Hope and Future) sobretodo porque su origen, historia, convicciones y pensamientos son diametralmente distintos. Los exponentes americanos dentro de un liberalismo estructural conciben el estado como estructura indispensable para el progreso y desarrollo de su nación; promueven el colectivismo por sobre el individualismo; poseen conciencia de la necesidad regulatoria de los mercados en beneficio de los usuarios y consumidores; son fervientes defensores de la capacidad personal por sobre el origen o amistades de las personas; conciben la política como una forma de participación en pos de la justicia social; en fin, las convicciones de los progresistas americanos son profundas y reales con lo público, lo nacional, lo patriota.

Por su parte, Sebastián Piñera deniega del estado como motor del desarrollo y plantea su reducción a la mas mínima expresión, promueve el individualismo como forma de desarrollo personal; defiende al mercado como único modelo de desarrollo; reniega cualquier forma de regulación de mercados por ser contraria al desarrollo de los mismos; cree en la libertad para las relaciones laborales desconociendo falta de equivalencia entre empleadores y empleados y consumidores y empresas. En fin, las convicciones del empresario distan mucho de los planteamientos de la nueva generación demócrata americana. En efecto, mientras el empresario nacional plantea más mercado para la salud; el mandatario norteamericano se enfrenta duramente a los republicanos por su reforma al sistema público de salud para garantizar acceso garantizado a los más desposeídos.

Así las cosas, los equipos de comunicaciones del abanderado empresario deberían asumir que su producto es similar al veterano John Mc Cain. Agresivo, conservador y libremercadista a ultranza. Cercano a los poderes económicos y apoyado por partidos conservadores y elitistas. Asumido ello, quizás el producto a ofrecer pueda ser “comprado” por los consumidores y, en una de esas se produzca un alza en los sondeos de opinión que si bien lo ubican en el primer lugar, se mantiene estancado desde su inicio a pesar de los millonarios gastos en elementos de imagen, publicidad, radios y activistas en terreno.

Existe una norma en el marketing político. Debemos potenciar el producto sin desfigurarlo. El intento por Obamizar a Sebastián Piñera será totalmente inútil porque sus diferencias no están en los elementos accidentales del ser, sino en la esencia de lo qué es y que quiere cada uno de ellos.

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