La política como solución
Desde que los seres humanos se reunieron y decidieron vivir en comunidad, se han dado diversas formas de organización para un mejor vivir. Mientras los primitivos imponían autoridad por la fuerza y destrezas individuales, la evolución del hombre fue mutando las formas de organización. Así, mientras las sociedades católicas fundaban el poder en Dios y éste lo delegaba a un soberano quien lo ejercía en su nombre y representación., las sociedades laicas fundaban la soberanía en el pueblo y, mediante una delegación popular se nombraba a representantes quienes respondían ante asambleas de representantes. En fin, a lo largo de la historia, en diversas formas la política ha existido como arte, ciencia y actividad.
Es un arte, ya que gobernar implica la conjugación de un conjunto de elementos necesarios para compatibilizar crecimiento, bienestar, orden y paz al interior de una sociedad. La recta armonía de las virtudes con la capacidad de articular acuerdos, para el logro de los objetivos propuestos, constituyen sin duda un arte. De hecho, es la política la que ha evitado la proliferación de conflictos bélicos y la que, en ocasiones, también ha sido incapaz de evitarlos o, peor aún, los ha provocado.
Es una ciencia, ya que junto a las virtudes propias de quienes se encuentren detentando el poder de administración, se requiere de manera creciente la utilización de procesos, procedimientos y técnicas para hacer un uso eficaz y eficiente de los recursos públicos. ¿Cómo compatibilizar conceptos de eficacia y eficiencia con rentabilidad social? Son diversas las tesis que intentan abordar dicha interrogante y son crecientes las experiencias que se inclinan por la línea intermedia, gracias a la aplicación rigurosa de metodologías ya implementadas en países desarrollados.
Constituye finalmente, una actividad para un conjunto de personas que entienden que lo colectivo, lo común, está por sobre lo individual y lo exclusivo. Personas que están disponibles para dejar en un segundo plano sus preocupaciones particulares, en pos de la solución de problemas comunes o sociales. En fin, constituye una actividad noble de preocuparse por el entorno y su gente.
En Chile, gobernar es y será cada día más complejo. Por una parte nuestra sociedad exige al estado elementos que antes sólo reservaba a los servicios privados. Servicio, oportunidad y calidad del mismo. Tales elementos copulativos constituyen una constante presión a la autoridad de turno para resolver las demandas ciudadanas. Hoy, la ciudadanía se encuentra “empoderada”, es decir, consciente de su poder de reunión y presión sobre la autoridad. Ha comprendido que su condición originaria de fuerza política difusa, enfrentó una mutación organizacional que hoy le da resultados. Hoy, exige lo que antes pedía y lo hace a través de mecanismos de presión y uso de la vía pública y el enfrentamiento público de sus autoridades. Conoce de sobremanera el poder de los medios de comunicación y su influencia en las decisiones de la autoridad, es decir, estamos en presencia de una ciudadanía activa, consciente de sus derechos y sedienta de satisfacción inmediata, de necesidades que en ocasiones son estructurales.
Por su parte, tenemos una autoridad que bien intencionada, quizás ha generado expectativas que superan con creces la capacidad de solución. Una autoridad maniatada por un conjunto de normas administrativas que impiden mejorar la eficacia, eficiencia y oportunidad de soluciones requeridas por los ciudadanos. Una autoridad que se debate constantemente entre la recta administración y la falta de oportunidad en la solución de sus demandas. Entre el temor del cumplimiento cabal de las normas administrativas, a fin de evitar cuestionamientos de probidad o inobservancia legal o reglamentaria. Una autoridad que se encuentra en un estado con rigideces insuperables en materia laboral, lo que obliga a duplicar las dotaciones funcionarias a fin de compatibilizar el desarrollo de carrera con la confianza y eficacia exigidas x la ciudadanía. Un gobernante que se encuentra horquillado por el discurso de la despolitización de la política y el estado; cuyas opiniones políticas son cuestionadas y censuradas por los medios y la oposición. Es decir, un funcionario al cual se pretende extirpar todo viso de adhesión o pensamiento político. Un gobernante al que le contraponen lo técnico a lo político, siendo que existen definiciones políticas que en pos de la compatibilidad del arte de gobernar puedan parecer técnicamente cuestionables en un momento determinado. Es decir, nos enfrentamos a un escenario donde la ciudadanía enfrenta y enfrentará un nuevo período con mayor vehemencia y eventual beligerancia para la satisfacción de sus necesidades nuevas y estructurales y, contaremos con una autoridad presa de un estado digno de la década del 60, preso por normas vetustas carentes de realidad práctica. Un estado que no da cuenta de la realidad y menos de los desafíos de futuro que nuestro país deberá enfrentar con fuerza, para consolidar el camino del crecimiento y el paso definitivo a la condición de país desarrollado, para lo cual debemos ser capaces de iniciar discusiones de temas de tercera generación: La independencia en la matriz energética como elemento de desarrollo y seguridad nacional; la diversificación de nuestra fuente de crecimiento; la exploración de nuevos mercados; la incorporación de valor agregado y desarrollo tecnológico en nuestros productos; el desarrollo de la biotecnología con fines de salud y de innovación en procesos productivos de recursos naturales; el desarrollo de plataformas tecnológicas y el uso de las tecnologías como medios de globalización y desarrollo productivo. Las TICS como condición básica de la educación pública y el manejo de idiomas, como mecanismo de desarrollo cultural y oferta a nuevas inversiones extranjeras.
La política es una actividad noble, cuyo fin debe ser el beneficio del prójimo, de los otros. Es el arte de la preocupación por lo social, lo colectivo, lo común por sobre lo individual y lo particular. La política debe adecuarse a la nueva realidad del mundo y de Chile para hacer frente con oportunidad y eficacia las demandas del nuevo orden nacional e internacional. Para ello, requerimos de la renovación urgente de la clase política chilena. No me refiero sólo a la disminución de edad de quienes la ejercen, sino también en el cambio de estilos de ejercer la actividad pública. Un cambio en las formas de administrar o aspirar al poder. Un cambio donde los ciudadanos sean el centro de preocupación pública y la lucha por el poder, mantenga límites éticos infranqueables por los contendores, donde se derriben crecientemente las barreras de entrada a dicha actividad y dónde el trabajo en el estado constituya un orgullo para quien lo ejerce y un reconocimiento por parte de quien lo observe.
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