A estas alturas del debate, no cabe duda que las coaliciones políticas y sus partidos, deben mantenerse vigentes ante la sociedad, si realmente aspiran a ser mayoría y ejercer el poder (o mantenerlo), debiendo ser capaces de reinventarse e interpretar la evolución de las sociedades.
El mundo cambió y Chile también. Atrás quedaron los manifiestos que reclamaban por el retorno a la democracia y la libertad en Chile, y con ello los dirigentes que la pregonaban como un fin en sí mismo. Hoy, la libertad es un derecho y la democracia (con imperfecciones) impera en nuestro país.
Los partidos políticos han debido adaptarse a la nueva realidad para sobrevivir. Lamentablemente la adecuación no ha sido ni con la oportunidad ni en la profundidad requerida, lo que ha llevado a que cada día sean menos los que se identifican con algún partido político. Según los últimos estudios, sólo el 5% de los ciudadanos milita en algún partido político, es decir, 9,5 de cada 10 personas no pertenece a ningún partido político. De igual forma, las encuestas ubican a los partidos políticos en los últimos lugares de confianza y/o credibilidad social, lo que denota la profundidad de la crisis del sistema de partidos en Chile.
¿Se puede recuperar la confianza en los partidos políticos?
Sin duda se puede, pero la forma de hacerlo es muy compleja y requiere de la coexistencia de algunos factores. Por de pronto, necesita solidez y consistencia en su visión de la sociedad, y claridad de su misión dentro del espectro político nacional; cambio en las formas de administración del poder interno de las coaliciones; propuestas de futuro que sean capaces de mostrar la sociedad que se pretende, basada en un conjunto de principios y valores que impregnen la mística necesaria, para alcanzar el objetivo; una perfecta combinación de pragmatismo local, a fin de hacer partícipe del proceso a los ciudadanos y su realidad particular (identificación); renovación de liderazgos.
En este punto, hay que distinguir entre las normas que regulan la renovación en las estructuras partidarias y en los cargos de elección popular, que deben ser cada día más estrictas. Para ello, requerimos modificar la ley de partidos políticos y adecuarla a la nueva realidad; consagrar las primarias abiertas como forma de selección de candidatos; cambiar el sistema electoral binominal y sui generis, por uno plurinominal y mayoritario; poner verdaderos límites al gasto electoral, a fin de eliminar barreras de entrada a la actividad política de quienes tienen menos; establecer límite a reelección de cargos de elección popular. Junto a esto, debemos propender a un creciente proceso de renovación de liderazgos, a fin de demostrarle a la sociedad que las nuevas generaciones poseen las capacidades, la visión y la vocación de servir a Chile.
Durante el último tiempo, hemos observado que la “renovación de la política” parece ser una moda con réditos electorales. Así, unos integran a sus comandos o partidos, rostros ajenos a los estructuras políticas, otros rebajan las edades de las vocerías, y otros, lisa y llanamente, montan proyectos paralelos fundados en una supuesta renovación, escondiendo una de las más vetustas prácticas políticas: el individualismo y la preferencia de proyectos individuales por sobre los colectivos.
¿Es la renovación exclusivamente la disminución de la edad de los actores políticos?
Ciertamente NO. Quien crea que la renovación de la política consiste en disminuir la edad de los principales actores, entonces no entiende nada. Hay muchos jóvenes, cuyas prácticas políticas suelen ser igualmente nefastas que las de personas mayores. ¿Cambiaremos viejos operadores por jóvenes operadores? No es lo que tengo en mente. La renovación sin contenido, no tiene ningún sentido. No vale la pena desgastar el concepto de renovación a través de los medios, para “ponerse” como rostro o figura, sin presentar propuestas de país, contundentes y efectivamente renovadoras.
Al leer el último libro de don Edgardo Boenninger, me convencí que la renovación no es cuestión de edades, sino de capacidades y visión sobre la vida y la sociedad. Hay personas con edad muy avanzada, capaces de plantear renovaciones con mayor profundidad que ciertos jóvenes “iluminados”. Por ello, es que sigo sosteniendo que la renovación no puede ser en contra de alguien, sino con todos. Renovación es un concepto inclusivo y no excluyente. Se puede renovar con personas de edad y jóvenes; combinando la experiencia con la energía. Chile merece lo mejor, y lo mejor no está de manera exclusiva en ningún segmento etáreo.
La renovación que clama la ciudadanía, es mucho más profunda de lo que algunos jóvenes operadores piensan. Supone apertura de espacios para nuevos liderazgos, donde los temas del futuro, la capacidad de articular acuerdos, la transversalidad y la prudencia, sean herramientas a utilizar en pos del bien común. Una renovación de estilos y formas, donde no prime la “aristocracia” como forma de ascenso ni el amedrentamiento como forma de cooptación de adherentes. Una renovación que píense en los temas del futuro de Chile. Disminución de desigualdades; educación de calidad; innovación; desarrollo biotecnológico; consorcios de investigación; diversificación de matriz energética como forma de sustentación del crecimiento; nuestro rol en el control del cambio climático; mirar las telecomunicaciones y tecnologías de la información, como herramientas de desarrollo e inclusión; protección patrimonial; incorporación de valor agregado a nuestros productos naturales, para no ser una economía monodependiente. En fin, una renovación que implique poner en la mesa un conjunto de temas, tras los cuáles se hagan amplias convocatorias ciudadanas a opinar y participar de su decisión. Una renovación que no le tema a la democracia directa; que crea de verdad que el estado tiene un noble fin dentro de la sociedad; redistribuir en función de obtener la ansiada disminución de desigualdades y nivelar la cancha para jugar en igualdad de condiciones; un estado que regule con eficacia ciertos mercados, a fin de evitar los abusos a los consumidores; un estado que sea capaz de acoger a quienes el mercado desecha por incapacidad, falta de herramientas u oportunidades.
Esa es la renovación que queremos, y quienes sólo promuevan la disminución de edades contribuirán de manera decidida a la frustración de este clamor ciudadano, y la participación de las nuevas generaciones se quedará truncada, esperando que vengan otros que comprendan la magnitud del cambio requerido y tengan la generosidad de apostar a este proceso colectivo y común, por sobre sus legítimas aspiraciones individuales.
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